CALÉNDULA
Caléndula
Martínez Aciaga se prepara una mañana para ir a la facultad. Tiene una larga
cabellera enrulada, que le llega a la cintura: se la ata en una cola alta, con
un moño blanco. Se acomoda un rulo rebelde que escapa de toda atadura, detrás
de la oreja. Se mira los ojos negros. Pestañea. Los delinea finamente, como
indica la revista Para ti: la mujer debe usar el maquillaje para
resaltar su belleza natural, pero sin que se note que tiene maquillaje. Se
acomoda el cinto negro sobre el vaquero blanco, y mete la blusa amarilla dentro
del pantalón.
Sale de su
pieza con el morral en el hombro y saluda a su mamá que está cocinando una
torta para el té de la tarde con las vecinas del barrio. Adiós mamá, un beso
grande en la mejilla. Adiós hermosa, suerte en la facultad. Estudiá mucho eh,
no te metas en líos. No mamá, nunca. Saludos a Juancito ¿sí? Si mamá, yo le
mando. Pasa por la oficina de su padre, está con un compañero de trabajo. Chau
papá, me voy a la facultad. Hasta luego hija, que tengas un buen día. Adiós
comandante. El militar asiente levemente con la cabeza.
Caléndula
camina las cinco cuadras que la separan de la estación de trenes de Avellaneda.
Tiene un pequeño toc, que la hace
evitar a toda costa pisar los bordes de las baldosas, pero se permite en las
calles de baldosas grises y chiquitas, tomar dos como si fueran una, y la
tercera como si fuera el borde. Por eso prefiere esas calles lindas, del barrio
privado donde vive su tío, que tienen baldosas grandes y de colores, en las que
realmente puede evitar todo tipo de bordes.
Cada tres
pasos, le da un golpe a las paredes de las casas. Un golpe suave, que balancee
su necesidad de orden. Si en el ritmo de su caminata, el golpe cae justo debajo
de una ventana, y si por pura suerte, cae justo en la mitad de la ventana,
siente una enorme satisfacción, una que no necesariamente puede compartir con
todos. Uno, dos, tres, golpe. Uno, dos, tres, golpe. En la esquina dos soldados.
Adiós, señores les dice Caléndula. Hasta luego, señorita, tenga un buen día,
contestan los soldados.
Ser la hija
de un sargento tenía bastantes beneficios para Caléndula, o al menos eso ella
creía. Podía pasar por las calles del barrio sin que nunca la paren para
pedirle el documento. Uno, dos, tres, golpe. Andaba en el tren tranquila, en la
facultad nunca la demoraban en la entrada, y la vida para ella tenía un curso
normal. Uno, dos, tres, golpe. De hecho, ese mismo viernes tenía el cumpleaños
de su prima Jimena, que cumplía veintitrés, y hoy a la tarde iba a ir a
comprarle el regalo. Tenía un vestido azul precioso, iba a llevar a Juan, e
iban a bailar toda la noche. Uno, dos, trés, golpe. Total normalidad. Papá le
decía “si te portás bien, no te va a pasar nada. Yo te voy a cuidar siempre
porque sos mi hija, pero si te portás bien”. Si sargento, respondía ella, y se
ponía la mano en la frente a modo de broma. Ella se portaba bien.
Caléndula
sube al tren y se acomoda en un asiento. Los soldados la saludan. Ella saca un
libro de su morral y se pone a leer. Estudiar Letras, en la cabeza de Caléndula,
se reducía a leer novelas de Virginia Woolf y a estudiar la poesía del Siglo de
Oro español, en todo lo relativo a su métrica. Hundía la cabeza entre las
páginas de La Señora Dalloway y de
repente estaba en la capital, sin sentir siquiera el traqueteo del viaje en
tren.
Se bajaba
en Constitución y contaba también las baldosas, en las que se permitía dar dos
pasos, ya que eran bastante grandes. Desde los andenes del tren hasta los
subtes habría alrededor de quinientos pasos. No podía golpear paredes, pero
cada tres pasos movía la mano hacia afuera, como alcanzando una pared
imaginaria. Uno, dos, tres, mano. Uno, dos, tres, mano. Tomaba la línea C y
hacía combinaciones. Más de una vez se había perdido en el subte y se había
bajado mal, en cualquier parte de la capital, y había perdido clases. Lloraba
mucho sola, cuando se perdía, y también cuando no se perdía. De cualquier forma
tenía que arreglarse sola, porque en general nadie se acercaba a preguntarle a
una muchachita porqué lloraba en medio de la capital, un jueves a la mañana,
cuando hay tantas otras lágrimas que caen, formando ríos y redes y rondas y
caminos, y también muerte y desesperación.
Por suerte
la desesperación era ajena a Caléndula que se sentía flotar en estos momentos.
Solía estresarse con facilidad y llorar mucho, si, antes, pero ahora ya no,
porque Papá, sabiéndola de porte débil en determinada ocasión, la había mandado
a un médico, y este le había dado una pastillita para calmar los nervios. Uno,
dos, tres, golpe, camino a la facultad, en las vidrieras de los negocios. Algo
así como un calmante, una dosis liviana, nada de qué preocuparse. Y ella se
sentía flotar, ajena a todo lo que pasaba.
Antes, si
se encontraba en medio de una manifestación, o si presenciaba una discusión, y
mucho peor cuando formaba parte de una, se ponía increíblemente nerviosa.
Necesitaba correr, podía sentir como el aire le faltaba y la garganta se le
cerraba. El malestar era increíble y necesitaba hacer correr la energía
rápidamente. Una vez, se arrancó media ceja con solo sus manos. Otra, se había
clavado la uña del pulgar tan fuerte en la palma de su mano, que sangró.
Ahora se
sentía caminar sobre nubes. Se mareaba un poco en clase y se distraía, pero sus
compañeras le pasaban los apuntes. Hoy, Literatura Extranjera. Había leído a
Virginia Woolf en el tren, pero así como en su monólogo interno se perdía,
sentía la clase muy lejos. Empezó a dibujar unos firuletes en la hoja que
pronto se le parecieron huracanes. Dibujó unas casitas alrededor, con los
techos volados. También dibujó una vaca dando vueltas en el huracán, como en
las películas. Cerca del desastre, personas llorando.
Vuelve en
sí cuando termina la clase y se acuerda que tiene que almorzar con Juan. Juan
es su novio, Juan estudia ingeniería, es un chico muy bueno, humilde y
trabajador que vive en Berazategui y hace todo para pagar sus estudios. Juan es
buen mozo y muy bueno con la nena (palabras de Mamá).
Caléndula no podía
explicar muy bien lo que sentía o no sentía por Juan, porque desde que empezó a
tomar los calmantes, se sentía como una extraña frente a todo. Se acuerda de
que antes la reconfortaba mucho en sus ataques de nervios, acostarse
simplemente sobre las rodillas de Juan, y que él le acaricie el pelo. Pero se
acuerda también que le daba demasiado miedo que Juan saliera a repartir la
prensa a la salida de las fábricas, y de solo pensar en eso, se encerraba en el
baño a morderse las muñecas.
Se acuerda de
que quería a Juan y eso la impulsaba a seguirlo. A Papá no le gustaba el
noviecito, así que le mentía: se iba a comer a lo de una amiga. En cierto punto
era verdad, Caléndula solía comer con los amigos de Juan en la casa de Violeta.
Violeta tenía una guitarra y cantaba, con una hermosa voz, la diferencia. Juan
le hacía los coros. Héctor traía unas empandas. Germán repartía las cartas.
Caléndula se sentaba, asentía, y sonreía.
Antes solía
tener discusiones más vivas y audaces que la estresaban mucho. Caléndula sabía
que Juan hacía de esas cosas raras que Papá le advertía tanto y un día los enfrentó
a todos. Se paró frente a ellos e inquirió ¿Son ustedes montoneros,
guerrilleros, terroristas? ¿Qué hacen ustedes? Porque mi papá me dijo…
La
interrumpían. No, Juan no era montonero, Juan militaba en el Partido Obrero y
era trotskista. Pero a tu papá no
tenés que decirle nada. Jamás en su vida Caléndula había escuchado hablar de
Trotsky y no entendía esencialmente la diferencia. Juan quería explicarle, los
montoneros bueno, está bien lo que piensan, está todo bien en su lucha, en su
resistencia, nosotros también queremos combatir este sistema opresor. Pero
ellos siguen al General Perón, y no se dan cuenta que están siguiéndole la cola
a otro militar de derecha.
¿Militar,
cómo mi papá? Gritaba Caléndula horrorizada. Perón-Papá-Perón era un cálculo
que no le entraba en la cabeza. Juan decía no, bueno, como tu papá no. Caléndula
inclinaba la cabeza, como un perrito confundido. Juan hablaba de la clase
obrera. Se metía con Violeta y Héctor en un cuartito secreto, donde fumaban
mucho, por muchas horas y discutían sobre estrategia militar. Con eso Juan no se
metía demasiado: él se ocupaba mayormente de la prensa.
Para juntar
plata que le permita llevar a la imprenta clandestina a imprimir todos los
pequeños diarios, Juan hacía locuras que de solo pensarlas, Caléndula tenía que
rascarse fuerte las piernas hasta dejarse marca, solo para no enloquecer. Por
ejemplo, para ahorrarse el pasaje de tren, Juan aprovechaba cuando nadie lo
veía y se colgaba de la puerta, con una mano en cada manija, de los dos lados.
El tren arrancaba y Juan inmóvil, petrificado por el frío o cocinándose del
calor, se aferraba con su vida a esas manijas, repitiendo para sí el mantra
“así no voy a morir, así no mueren los héroes, así no voy a morir, así no
mueren los héroes”. Cuando el guardia pasaba y los milicos se distraían,
alguien desde adentro golpeaba la puerta y Juan entraba sin más, victorioso,
con los miembros entumecidos y celebrando un día más de joven vida. Esta
prodigiosa hazaña le permitía a Juan ahorrarse la increíble suma de un peso con
cincuenta centavos. Si aguantaba el hambre y no se compraba el sánguche en el
buffet de la UTN, llegaba a sentirse rico, ya que su reciente ahorro llegaba a
tres pesos. A fin de mes llegaba a imprimir unos cincuenta números de La Voz del Obrero.
Juan
escribía como loco e intentaba explicarle a Caléndula todo lo que ponía en la
prensa. Su plan era que los obreros se organicen con ellos, con los comunistas,
que sigan a Trotsky y que juntos tomaran el poder que había sido arrebatado por
un gobierno de facto. Le hablaba de los soviets y de la revolución del
diecisiete. Hablaba de los militares y se enojaba, hablaba de Perón y también
se enojaba, porque había matado a muchos comunistas, y decía, no se dan cuenta
de que engañaba a los obreros, Evita iba a las fábricas y les gritaba, ¡EL QUE
LE HACE UN PARO AL GENERAL PERÓN, ES UN CARNERO DE LA OLIGARQUÍA! Y si los
obreros no obedecían, pum, tiro en la frente. Siempre fueron como la patronal,
decía. No hay nada que un gobierno burgués pueda otorgarle a la clase
trabajadora, esta tiene que tomar las riendas del poder.
Y después
hablaba de lo que pasaba ahora. Pensá, le decía a Caléndula, si antes nos
perseguían ahora es peor. Nos buscan a todos, a los comunistas, a los
peronistas, a todos. Ahora vivir y pensar es muy difícil. Los militares nos
persiguen. Tengo compañeros que nunca volví a ver, Caléndula. No sé dónde
están.
Su cara se
ensombrecía. Caléndula se empezaba a poner nerviosa y se rasguñaba las
rodillas. No te lastimes, sé que te duele pero es así: la gente como tu papá
nos chupa. Nos quieren callar. Pero nosotros seguimos peleando igual.
La última
vez que Juan y Caléndula tuvieron esta discusión, ella gritó desencajada y se
tapó los oídos. No, no quería escuchar esas cosas malas. Papá es bueno: Papá
habla de los valores cristianos, de la patria, de los enemigos, de protección.
Papá era canciones de cuna a la noche y desayuno a la mañana. Era severidad,
pero la buena severidad que la había sacado a ella tan correcta y derechita.
Esa noche
llegó corriendo a su casa, y de tanto que se rasguñó las muñecas, manchó las
sábanas con sangre. Papá supuso que la facultad la estresaba y al otro día le
dieron los calmantes.
Viernes a
la noche, Caléndula se ponía el vestido azul nuevo. A la prima le había
comprado tres pañuelos bordados de colores rosas y amarillos, que eran
preciosos. Ni una arruga tenía en la falda y había doblado sus medias en dos
partes iguales, sobre los zapatos negros. Llevaba el pelo suelto hasta la
cintura y ensayaba su sonrisa.
Suena el
timbre, la pasa a buscar Juan. Se despide de sus padres con el mecánico beso en
la mejilla de siempre. Mamá le aprieta los cachetes, como a una nena. Papá mira
con severidad a Juan por la ventana, y saluda a su hija distraído.
Su prima
vive en ese barrio privado tan lindo con baldosas grandes en las veredas, así
que Caléndula contenta como hacía rato no se sentía, caminaba dando saltitos y
cada tres pasos golpeaba alguna de esas lindas casas que parecían de azúcar,
llenas de flores y brillos incrustados en las paredes. Uno, dos, tres saltitos,
golpe. Se distraía mirando las rosas que asomaban de la reja de una cosa. Uno,
dos, tres saltitos, golpe. Juan se reía y le decía que parecía una nena.
Su prima
había puesto las sillas en ronda en el living de la casa, había cocinado todo
el día con su mamá y habían puesto masas, empanadas y sanguchitos en la mesa.
Los chicos y los primos bailaban moviendo lo pies y poniendo las manos para
atrás. Las primas y tías reían y bailaban así, moviendo las manos para todos
lados. Su tío y otros oficiales del ejército fumaban cigarros y hablaban entre
ellos en una esquina.
Caléndula
había bailado un rato con Juan pero este enseguida se sentó en una silla junto
a un chico de la cuadra, que se llamaba Manuel. Su prima lo había invitado
porque le gustaba a una de sus amigas, pero su tío no lo quería. ¿Por qué?
Bueno porque seguro andaba en cosas
raras. Era una oración que comúnmente Caléndula recibía como respuesta, e
imaginaba siempre lo peor.
Juan y
Manuel enseguida empezaron a charlar y a reírse, pasándola genial. Al rato
estaban parados en una esquina, con una cerveza en la mano, cuchicheando por lo
bajo. Por las expresiones de sus rostros, la conversación había cambiado. El
tío de Caléndula los miraba con gravedad, e intercambiaba significativos guiños
con sus compañeros.
Caléndula
se empezó a sentir nerviosa como hacía tiempo que no le pasaba y no entendía
por qué. Su mirada iba de Juan y Manuel, a su tío, de Juan y Manuel, a su tío,
y a su cuerpo lo invadía una picazón cada vez más intensa. De manera frenética
se metió en el baño de la casa y empezó a rascarse con mucha fuerza. Necesitaba
rascarse el estómago, los hombros, la espalda, por lo que a los manotazos se
arrancó el vestido nuevo. En ropa interior se tiró al suelo y arrastró en el
poco espacio que había, suplicando por el frío contra su piel. Empezó a llorar.
En esa
patética escena la encontró su prima.
La prima
Claudia le contó a mi mamá que me estaba rascando muy fuerte en el baño. Mamá
me preguntó que pasaba, por qué me había puesto tan mal en el cumple de la
Claudita y yo solo pude contestar que estar con gente me ponía nerviosa. No era
mentira, la gente me mira, me mira siempre, si no me miran los soldados amigos
de papá me mira la gente que les tiene miedo y me tienen miedo. Mamá le dijo a
Papá que su nena estaba nerviosa de nuevo y Papá me preguntó si Juancito había
hecho algo raro en el cumpleaños, yo dije que no, que había bailado conmigo,
que me había llevado, que lo tuve siempre conmigo pero que la gente me ponía
nerviosa. Me llevaron al médico y ahora me dieron más pastillas.
Camino a la
facultad pisando baldosas me cuido de no pisar nunca el borde. Si piso el borde
todo el cuerpo se me tensa y siento una quemazón en el pecho que me hace mal,
necesito seguir y seguir pisando los centros de todo y acomodarme un poco, y la
mano me pide, la mano me pide tocar la piedra de las paredes y por eso la
golpeo. No lo controlo, no me controlo pero le sonrío a la gente y nadie se da
cuenta de que piso todo como si fuera lava. Estoy un poco mareada por las
pastillas y no veo bien, el piso parece tener montañas y moverse, ser de goma,
y levanto mucho las piernas. Los soldados me miran me miran raro buenos días
Caléndula me dicen yo asiento y sigo esquivando estas montañas. A una cuadra de
la estación me tropecé con una rama y me manché el vestido blanco de verano.
Mamá se va a enojar pensé, pero después pensé que va a entender y que en
realidad no se iba a enojar. De repente quise correr porque me di cuenta que
perdía el tren.
Tomé el
tren por los pelos me subí a un asiento. Saqué de mi morral la novela pero
Virginia Woolf tenía la cara rara, los ojos juntos, las cejas alzadas, me dio
miedo. Quise leer pero las palabras se me superponían y se juntaban. Creía ver
la cara de Violeta hecha de letras, y atrás estaba Juan charlando con Manuel.
Los soldados empezaron a hacer requisas a mí me esquivaron porque soy la hija
del Sargento Alberto y me conocen, un chico no tenía el documento y lo golpearon,
él lloraba. Yo me puse nerviosa, muy nerviosa, pero tenía las manos como
dormidas, como flotando, no me podía rascar. Miraba al chico golpeado que
lloraba, se ve que muy fijamente porque el otro oficial me toma del hombro y me
dice “señorita que está con la boca abierta, no prefiere mirar por la ventana”.
Asentí y sonreí y seguí mirando la ventana y escuchaba moquear al muchachito
como les dice mi mamá.
Me bajé del
tren sin ver nada. Hoy tenía que ir a clase de gramática y no me gustaba, no
entendía bien, aparte estaba distraída y el sujeto se me iba a montar al
predicado y el objeto directo se me iba a mezclar y las letras formarían
palabras nuevas que harían caras que me darían miedo. Creía escuchar a Juan cantar los coros de una
canción de Violeta Parra. Violeta. Héctor. Juan. Me dieron ganas de ver a Juan.
Me tomé el
tren de vuelta. En estos había otros militares que no me conocían pero que
cuando vieron mi documento me dejaron tranquila. Yo, arriba del tren volviendo
a Avellaneda yendo a la UTN a ver a Juan. Juan era de Berazategui. ¿Quién es
Juan? Es mi novio. ¿Quién es Caléndula? Caléndula soy yo, estoy yendo a ver a
Juan, a la UTN en Avellaneda.
Me bajé del
tren y distraída me estaba yendo a mi casa. Tonta, tonta Caléndula que no te
descubran que te hiciste la rata. Camino hacia el centro muchas cuadras y llego
a la UTN en Avellaneda, en la UTN está Juancito, así que entro, busco en el
patio, el buffet, busco las aulas y veo a Juancito que secretea con Manuel y
otros dos chicos. Corro hasta él y lo abrazo, qué haces acá me dice, no sé si
feliz, nervioso, o sorprendido. Te extrañé le digo y no lo suelto y Juan se
preocupa un poco y le dice a sus compañeros que ya viene. Manuel se excusa para
ir al baño. Conozco a uno de esos chicos le digo a Juan, es el abanderado de la
UTN ¿no es cierto? Mejor promedio ¿no es cierto? Juan me pregunta cómo estoy.
Mareada si, muy mareada. Dos chicos más que se suman a la charla, Manuel sigue
en el baño no aparece y Juan me mira como si yo tuviera algo raro en la nariz,
y mirando atento a sus compañeros. Uno se mete en el aula a dejar el morral.
De pronto
dos oficiales irrumpen con armas en el pasillo. ¡El cabo Ramírez! reconozco y
Juan me tapa la boca y me mete en otra aula. Desde la ventana el chico que
guardó el morral se queda paralizado y mira todo, el abanderado y los otros dos
chicos ven a los oficiales y empiezan a sudar y uno quiere correr pero el cabo
Ramírez apunta el arma y les grita ¡QUIETOS! y los toman por la espalda y los
golpean, les atan las manos y los llevan a la rastra, tapándoles la boca para
que no gritaran ayuda ayuda nos chupan nos chupan, el muchachito adentro del
aula paralizado las lágrimas se le caen no entiende nada, pero Juan si
entiende, y Manuel que salió del baño tiene los ojos como platos y no puede
creer lo que pasa, pero también entiende, y con Juan se miran. Juan me saca la
mano de la boca y me mira. Se acerca a Juan sin darse cuenta me arrastra con
él, no lo puedo creer por poco, por tan poco, el chico adentro del aula se hizo
pis parece, salió corriendo de repente. Juan me toma de los hombros me dice
escuchame Caléndula no puedo venir más a la universidad sí, perdóname, no nos
podemos ver por un tiempo, yo te quiero mucho, yo te amo, pero por un tiempo no
nos veamos, me voy a esconder en Berazategui, tenemos donde ir, no te
preocupes. Arrastraron al abanderado pensaba, y eso que Papá siempre me dice
que el promedio es importante que lea mucho y que estudie, debe ser un error.
Sentía miedo mucho miedo y corrí hasta mi casa, me picaba todo el cuerpo.
Lloraba, llegué a casa y grité, y me arranqué la ropa y grité y me rascaba
fuerte muy fuerte, me lastimaba, Mamá empezó a gritar también y Papá me tuvo
fuerte de los hombros y me piso las piernas para que no me sacuda, qué te pasa
hija qué te pasa.
Le dije a
Papá que Juancito andaba en cosas raras, que tenía miedo, que hoy se habían
chupado unos chicos. Papá vos sos bueno cuídalo, decile que no lo haga, que lo
quiero, vos lo tenés que cuidar, le vas a decir, y lo vas a traer ¿sí? Así yo
estoy contenta de nuevo, y no estoy más nerviosa. Papá me miró gravemente y
asintió, si mi amor, yo me voy a encargar.
juan no
está juan se fue qué paso con juan qué hice papá que paso con juan que hiciste
donde está juan estaba en berazategui y de repente no está más qué paso con juan
qué hice es mi culpa esto que pasa qué es lo que siento son las flores ya no
puedo ver más flores las flores tienen mi nombre y se enredan entre ellas en mi
pecho las azucenas las caléndulas las margaritas, las azucenas villas de flores
villaflores el mundo se achica y se comprime y no puedo salir de mi casa hace
dos semanas que juan no me habla ni me ve me había dicho que se iba a ir pero
papá me mira raro y la prima claudia me contó que a manuel se lo habían llevado
me dijo que lo chuparon que era cierto que hacía cosas raras que tenía armas en
la casa y que le había disparado a tres o cuatro oficiales y que tenía una
granada en el pantalón y se la tiró al camión de los militares pero que no
reventó y que gritó VIVA LA CLASE OBRERA y de una piña lo durmieron que habría
gritado juan si se lo llevaron papá me dijo que se encargó de todo y que ese
pibito no me iba a molestar los calmantes no me alcanzan tienen colores muy
distintos y no sé cuál es cuál son como flores soy como la señora dalloway
comprando sus propias flores estoy rodeada de colores de materia insensible de
mi madre de mi padre de la verdad no tengo ni idea de dónde está el abanderado
ni juan ni manuel ni el chico que se hizo pis ni dónde estoy yo ni quién soy ni
quiénes somos ni qué es la patria el mundo se me achica y me comprime no puedo
respirar mamá se me acerca y grito papá me ató a la cama y no puedo respirar.
hoy o ayer
me desaté las muñecas de la cama y quise salir a buscar a juan pero la calle se
movía y sentía que miles de flores crecían en el suelo de mi casa y que estas
flores abrazaban mis tobillos y susurraban caléndula caléndula estamos acá vos
nos mataste caléndula vos nos podes sacar pero yo no podía salir de mi casa no
podía mirar pero la ventana me llamaba me decía acá están enterradas todas las
flores acá en el mar vení al mar vení a buscarnos caléndula papá es malo todos
son malos menos nosotros nosotros te amamos a vos también que nos amas tenemos
a juan. quise escribir una carta pero no tenía tinta así que le escribí a juan
con lo que pude me sangraban mucho las muñecas y estaba mareada por las
pastillas por las flores por el mundo cada vez respiraba menos un pie en la
ventana y creía ver el mar allá abajo en la calle el cabo paseaba por la calle y
buscaba flores para cortar flores sospechosas flores que hacían cosas raras la
ventana y las cortinas y yo me sentía que volaba las flores las azucenas y la
voz de juan cantando la cara de manuel y de violeta quién soy a dónde voy es
acaso todo esto que pasa mi culpa no puedo donde está juan ya voy.
Caléndula
dejó una pequeña nota en su habitación antes de tirarse por la ventana.
Escribió “Juan, perdón, ya te busco” con una caligrafía bastante deplorable.
Firmó con su sangre a falta de tinta, y en un acto dramático y fatal escribió
“Yo, la peor de todas”. El cuerpo de la hija del sargento, quebrado en
direcciones imposibles, fue encontrado en el suelo por uno de los cabos que
vigilaban la cuadra. Dicen que hasta muerta era hermosa, y que había
reemplazado la expresión de terror por una de ingenua complicidad.
Su padre
organizó un funeral al que asistieron los más altos miembros de las fuerzas
armadas. Con la nota de despedida de su hija en mano, dio un vigoroso discurso
en el que culpó a los subversivos por la enfermedad y muerte de su hija, y
prometió hacer pagar la sangre con sangre.
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