una odisea espectacular en la que el oxi cintia y yo salimos a buscar al pucci por toda la patagonia


Éramos cowboys de la impermanencia,/
más rápidos que nuestra propia sombra:/ ahora me ves, ahora no me ves.//
Éramos el caballo de los dos:/ cada beso era un cactus lleno de agua,/
un arma oculta en una biblia hueca.//
Éramos monjes del gatillo fácil:/ ahora me ves, ahora/ no me ves

E. Zaidenwerg / LeRoy S. Davis


la tilde nunca se duplicó
en el grupo de wassap
que se llamaba en ese momento
“la monkey crew”
seguido de cuatro monitos
uno por cada uno
de nosotros

era 22 de septiembre
de 2018
el pucci cumplía
26 años y nuestros mensajes
nunca le llegaron

yo escribí
“feliz cumpleaños
puccino hermoso”
cintia puso
“te quiero pucci
cuando te vea
te abrazo”
y oxi escribió
“feliz cumple mono
no mueras nunca,
que ninguno muera nunca bah
por lo menos no antes que yo”

el mensaje ascendió
por las ondas invisibles del internet
cruzó todo espacio rebotó
en el satélite de movistar
pero nunca aterrizó
en el celular del pucci

empezamos a escribirnos
por privado
a preguntarnos dónde estaba
nuestro amado pucci
gotas de sudor corrían
por nuestras frentes
cintia lloraba mucho;
oxi prendia un cigarrillo
con los restos del otro;
yo me arrancaba las cutículas
con los dedos

de pronto se nos presentó
una señal y los tres
tuvimos una visión
compartida:
el pucci cabalgando
en un caballo negro
atravesando toda la Patagonia

estábamos un poco
pasados de vino y la comida
rancia del comedor
a veces produce
alucinaciones. no importa,
al alba decidimos partir
los tres juntos porque el desierto
inhóspito no es hogar
para ningún hombre
tranquilo
que nunca haya hecho mal
que nunca haya enfrentado
su propia sombra en el agua

cintia manejaba;
cubrió su pelo con un
pañuelo con flores marrones
oxi fumaba un cigarrillo
por la ventana revisaba el mapa,
se cortaba los dedos con el mapa
se cortaba los dedos con
los caminos que siempre
supieron confundirnos.
yo me extendí
en el asiento de atrás,
cargaba conmigo una foto
del pucci, una navaja suiza
un metro de cuerda un snack
matero un mate con café y
sin azúcar,
un ejemplar de en el camino
que nos inspire a seguir.


salimos de bahía blanca
en seguida entramos en río
colorado, las manos
extendidas afuera del vidrio
parecían dominar
la corriente. quisieron
que tiremos nuestros sanguchitos
en un tacho pero no contaron
con que había otros tres en la guantera.
perdimos
cinco bananas
cuatro mandarinas
medio kilo de uvas
y un cuarto de frutillas.
de su parte, nos regalaron
tres manzanas.

en regina el auto
se nos averió de forma
extraordinaria: vimos
al indio comahue en la barda,
que de pronto hizo un chiflido
horrible y una bola de fuego
nos empezó a perseguir


nosotros corrimos como nunca
los tres nos tiramos al piso
cintia sacó un rosario
oxi empezó a cantar un tema
de bob dylan. yo simplemente lloraba.
la bola de fuego nos perdió
siguió de largo sin freno
en la interminable extensión
de la patagonia argentina.

nos temblaban las piernas
queríamos rendirnos y morir
en el desierto pero
cintia, que es medio baqueana
reconoció un rastro humano
y nos arrastramos entre arbustos
duros y hostiles nos hicimos
amigos de las maras; encontramos
un campamento de frontera
una hija de un cacique,
renombrada cristiana,
que esperaba a su marido
marido barra raptor
raptor o bien general
del ejército argentino.

la mujer nos sirvió
un brebaje fuerte
de hierbas y nos contó
sobre unas plantas raras
que crecen en esa tierra
y que confunden por completo
a los que viajan. ella
estaba conflictuada
de su marido estaba
muy enamorada, pero un viajero
de rizos imposibles
la dejó completamente prendada
y ahora cada suspiro suyo
disolvía una nube
ahora el sol le pegaba
más fuerte en la cara y era difícil
cada vez más difícil
ponerse a trabajar;

su descripción me sonó
cosa conocida: tomé
la foto del pucci
que guardaba en mi bolsillo

la vió
su cara se puso pálida
¡es él!
sus ojos se volcaron hacia atrás
¡es él!
su corazón audible estalló
en su pecho ¡es él!
gritaba, ¡es él!
mi caballero de rizos
imposibles. siguió viaje al sur
tal vez cruzó para chile. tal vez
siguió hasta ushuaia.
no sé si volverá algún día

suspiró, tan gran esta vez
que la niebla que había se disipó
por completo y vimos
que tenía tres caballos escondidos.
los pedimos prestados
dijo pues claro
que no los presto.
los robamos y mientras nos íbamos
nos maldijo:
25 años de soledad
vagando por siempre
en el desierto.

seguimos la pista del pucci
por kilómetros y kilómetros
y de pronto en río gallegos
los caballos se detuvieron
y elevaron sus patas, muertos de terror
caímos, otra vez, derrotados
los caballos se dispersaron
a su suerte, cada uno apuntó
a un punto cardinal distinto.
oxi apoyó su oreja sobre la tierra
y de pronto algo robó
la voz de su garganta
apenas alcanzó a susurrar

malón.

los indios vinieron
corriendo con sus boleadoras
yo de pronto me volví invisible,
pero cintia
fue tomada por cautiva
a oxi
lo durmieron de un piedrazo.


con sigilio
los seguí a su campamento
cargando el cuerpo de oxi
a quien ellos dieron por muerto
habían colocado a cintia
en un toldo
de cuero muy bonito y adornado
su cabeza con una corona
de arbustos de la estepa.
las maras eran nuestras amigas
desde regina y alrededor
de ella bailaban. pero su cara
decía solo terror.

dejé a oxi dormitando e invisible
me acerqué a la fogata. cintia me reconoció
y gritó de alivio entonces todos
me encontraron. apuntaron
contra mi frente sus lanzas.
yo hice lo único que sabía hacer:
mostré de nuevo la foto del pucci,
los indios palidecieron y dijeron
¡es él!
el sol caía y el cielo era naranja sangre
¡es él!
las estrellas sobre una pintura que chorrea, cálida
¡es él!
el único río que fluía cerca se detuvo
¡es él!
el que encontró
a la hija del cacique, y ahora él
ha partido a recuperarla
el reunidor de familias
el único blanco
que no ha traído la peste a las tolderías.

nos celebraron, amigas
del pucci y me dejaron
llevar a cintia no sin antes
regalarle un abrigo de cuero.

sobre ese abrigo dormimos
los tres. oxi, apenas consciente,
se despertó y quiso levantarse
empezó a caminar por el campo,
y se encontró con una mujer
perdida en medio del desierto
la miró. lo miró
la respiración se le cortó en pedazos.


es ella
su pelo era el mismo
es ella
sus ojos eran los mismos
es ella
su boca también era la misma

entonces lo miró
y lo quería de nuevo
y extendió sus brazos
y él se acercó rogando
entonces ella lo recibió
de nuevo. cintia y yo también
despertamos: oxi
había dejado de rastro
una mancha de sangre
en nuestra tierra.
salimos a buscarlo.

a pocos metros lo encontramos,
en algún momento se había
desnudado y en trance
abrazaba a un planta venenosa
que clavaba sus hojas en su espalda:
sangraba por al menos
cinco entradas de la espalda,
lloraba
en un trance de euforia
no entendía
que estaba muriendo.

entonces cintia usó sus manos de madre,
yo corté la planta, aquella
que la hija del cacique nos había
advertido. cintia limpió sus heridas
le besó la frente le dijo
te quiero, te queremos mucho
lo vistió de nuevo y lo arropó.
las maras, nuestras amigas
vinieron a lamerle las manos
y le dijeron, no seas un fantasma
entre los vivos.

no seas un fantasma entre los vivos.

las maras también nos dijeron:
no sigan buscando
acá no ya no existe nadie
ni nada. el pucci
ya habita las montañas.
oxi observó su cuerpo maltrecho
dijo que ya era hora de volver.
cintia recordó el miedo del malón
dijo que ya era hora de volver.
yo tenía muchas ganas
de pegarme una ducha
me pareció que ya era hora de volver.

caminamos sobre nuestros pasos
unos tres kilómetros y encontramos
¡que bueno! una estación de servicio
un buen hombre se ofreció a llevarnos
hasta regina. el indio justo
estaba durmiendo.
en río colorado lloramos
los tres juntos
nuestro amigo ya habitaba
las montañas.

nuestras bananas
y frutillas nos seguían esperando
pero se habían marchitado con el calor.
nada era ya lo mismo
el cielo se tornó violeta.
había once estrellas a cada lado del auto.
cintia se ató un pañuelo negro,
oxi encendió otro cigarrillo, el humo
se perdió entre las vacas.

aburrida y triste
prendí el celular
(lo tenía apagado hace quince días)
de pronto, la veo:
la doble tilde
se había completado
una marca azul
como un oasis en el medio
de nuestro infierno personal

lancé un grito

¡era él!
nuestro hombre de rizos imposibles
¡era él!
el restaurador de los caciques

¡era él!
el dueño del cuarto sanguchito
era él, un mensaje
del pucci que decía

“eu
no tenía datos
me fui a monte
por mi cumple
todo piola
ustedes
hicieron alguna?”

cintia derramó una lágrima
silenciosa que cayó
sobre su boca recién pintada.
oxi se limpió la sangre
mezclada con barro de su frente
y tipeó un mensaje
agotado
derrotado
pero por fin
tranquilo:

“la verdad
no mucho mono,
vos?”

esta vez
la tilde se duplicó
enseguida.


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